Un año más se
aproxima la festividad cristiana de Todos los Santos, donde recordamos a
nuestros santos y mártires, y los Fieles Difuntos, nuestros seres queridos que
nos precedieron en la marcha a la Casa del Padre. Unas fechas en que
aprovechamos para ir a los cementerios, a depositar unas flores en las tumbas
de familiares y amigos, y honrarles asistiendo a misa. En España había
tradiciones como las calvotadas (reuniones en las casas, para degustar
castañas, al tiempo que se recordaba a nuestros familiares ausentes), la
representación del Don Juan Tenorio de Zorrilla, y endulzado con buñuelos,
huesos de santos o panellets (estos últimos típicos de Cataluña), para los más
golosos. Pero fundamentalmente se trataba de una celebración cristiana –
religiosa, no lúdica.
Sin embargo,
de un tiempo a esta parte, se ha extendido la moda de Halloween, importada del
mundo anglosajón, como tantas cosas que nos van aculturizando, y que nada tiene
que ver con el sentido religioso que tenía esta festividad en nuestra cultura.
El comercio fue el primero en tratar de imponernos esta nueva moda, para hacer
caja, con la excusa de que se trata sólo de divertir a los niños, que se
disfrazan de demonios, brujas, zombis… No tiene nada de inocente, sino que lo
que intentan imponernos bajo ese disfraz aparentemente inocente es la cultura
de la muerte. El verdadero origen de Halloween, que proviene del mundo celta y,
más en concreto, de Irlanda, es una celebración satánica, la conmemoración de
Samhain, es decir, del diablo. En esa noche del 31 de octubre, víspera de todos
los santos, según esa tradición ajena a nuestras costumbres, las almas de los
muertos salen de sus tumbas y deambulan libremente por el mundo de los vivos.
Desde luego, no es nada edificante para nuestros tiernos infantes. Pero la
sociedad sucumbe, de forma acrítica, al Halloween.
Para
contrarrestar esta influencia, desde numerosas diócesis españolas -la pionera
fue la de Alcalá de Henares-, se intenta animar a celebrar el “Holywins” , es
decir, lo santo gana. Si se trata de darle un perfil lúdico a esta festividad y
que los niños se diviertan (qué manía con que todo hay que dárselo mascadito a
los niños y evitarles el dolor, la pérdida, en lugar de presentarles la
realidad de la muerte como algo natural, que forma parte de nuestras vidas!),
con esta iniciativa se ofrece a nuestros hijos la oportunidad de disfrazarse,
pero de santos, echándole imaginación, y así, que aprendan el mensaje de
santidad que nos transmiten esos hombres y mujeres extraordinarios.
De todas formas,
conviene no olvidar el verdadero sentido cristiano de esta festividad. Desde
los primeros siglos del cristianismo se han venerado a los Santos. Pero fue el Papa Gregorio III
(731-741) el que consagra
una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y fija su festividad
en el día 1 de noviembre. Más tarde, Gregorio IV extiende la
celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.
#YocelebroTodoslosSantos
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