El 22 de octubre, la Iglesia católica celebraba a nuestro añorado Papa San Juan Pablo II, que guió a la Iglesia durante 27 años (el segundo pontificado más largo). Toda una generación crecimos bajo el magisterio de un Papa excepcional y de gran carisma, aquel eslavo que venía de lejos y que rompió con la tradición de cuatro siglos de Papas italianos. Fue excepcional por muchos conceptos, que le granjearon el calificativo de Magno, y el cariño y admiración de millones de fieles y de no creyentes. Firme frente al comunismo, también en su país natal, Polonia, por lo que fue vigilado y perseguido, y objeto de varios intentos de atentado, uno de los cuales, el perpetrado por el turco Ali Agka – con oscuras terminales ligadas a la pista “búlgara” y por extensión a KGB – a punto estuvo de costarle la vida.

 

Fue el principal artífice, junto con Ronald Reagan, de la caída del comunismo en la Europa del Este. Impulsó en línea con el Concilio Vaticano II la renovación de la Iglesia, insuflándole nuevos aires – recordemos las extraordinarias Jornadas Mundiales de la Juventud -, pero siempre defendiendo la verdadera doctrina, tarea en la que siempre tuvo a su lado a quien le sucedería en el Trono de Pedro, el entrañable Benedicto XVI. Fue, sin duda, un Papa irrepetible.

Partiendo de la obediencia que los católicos debemos a nuestro Papa, uno tiene sus predilecciones. Yo he crecido en la fe siguiendo la senda marcada por Juan Pablo II – tuve la oportunidad de verle, con mis hijas, a escasos metros, durante su último viaje a España, la tierra de María, como él la llamaba-, también sentí y siento especial afecto por su sucesor, Benedicto XVI (también con nuestras hijas, pasé una noche de Vigilia en el Aeródromo de Cuatro Vientos, en la JMJ celebrada en Madrid. De Francisco I, no puedo decir lo mismo, a veces no le entiendo, como supongo le pasará a muchos fieles, cuando veo las interpretaciones que se hacen de algunas de sus intervenciones o de sus últimas encíclicas, con regocijo de la progresía del mundo. Sólo rezo para que el Espíritu Santo le ilumine y no se aparte de la Verdad y de nuestra doctrina.

 

 


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