¿Qué idiomas hablaba Jesucristo?

 Jesús fue muy probablemente un judío bilingüe: hablaba normalmente a la gente en un arameo típico de la región de Galilea; utilizaba el hebreo en las lecturas y en las disputas bíblicas y teológicas en la sinagoga; conocía algo de griego; y es improbable que chapurrease el latín.

Al hablar con los discípulos y con la gente común, Jesús recurría frecuentemente a un dialecto galileo-arameo, su lengua materna.

Educado en la fe judía y crecido en una familia judía de Galilea, Jesús hablaba habitualmente en arameo, la lengua semítica empleada por los judíos tras el exilio babilonio (586-538 a.C.).

En este periodo el arameo era una lengua internacional, común entre los diversos pueblos de Oriente Medio. Culta y popular al mismo tiempo, usada en los distintos países sometidos al dominio babilonio, se impuso por tanto entre las poblaciones del Cercano Oriente: Siria, Israel, Samaria, Judea.

Muy probablemente, sin embargo, la suya era una versión del arameo occidental típica de Galilea y diversa por ejemplo del arameo que se hablaba en Jerusalén.

Tanto que en el relato de la negación de Jesús por parte de Pedro, será precisamente esta la razón que desenmascarará al apóstol: «Seguro que tú también eres uno de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre» (Mt 26,73).

A menudo los escritores sagrados, en el intento de mostrar la fascinación, la fuerza, la impresión provocada por las palabras salidas de los labios de Jesús, aún redactando el Nuevo Testamento en griego, dejaron algunas expresiones suyas en su idioma original, tal y como  habían sido transmitidas por la primera comunidad cristiana.

Un experto, Joachim Jeremias, excluyendo los nombres propios y los adjetivos, cuenta 26 palabras arameas atribuidas a Jesús por los Evangelios o por fuentes rabínicas, como por ejemplo: abba’, «papaíto, papá», dirigido por Jesús a Dios (Mc 14,36); o como en la frase del Padrenuestro «perdónanos nuestras deudas» que, aunque se presenta en griego con el término ofeilémata, muestra claramente su sustrato arameo, según el cual «deuda» (hoba’) significa también «pecado»; o también talità kum, “¡niña, levantate!”, dirigido a la hija muerta de Jairo (Mc 5,41), jefe de una Sinagoga; o el effatà, “¡ábrete!”, dirigido a un sordo (Mc 7,34); hasta la cita del Salmo 22, en el grito lanzado en la Cruz: Eloì, Eloì, lemà sabactàni, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34).

Sin embargo, es difícil reconstruir el arameo hablado por Jesús, y que sólo hipotéticamente podría compararse con el arameo que se habla hoy en algunas aldeas de la Siria meridional, en los alrededores de Damasco, en particular en Malula.

Pudo haber usado en parte el hebreo en las controversias teológicas con los escribas y los fariseos.

Se sabe que después del exilio babilónico del Reino de Judea (586 a.C.), el hebreo sufrió una notable decadencia hasta ser reemplazado en el uso común por el arameo, aunque sobrevivió como lengua escrita y litúrgica. Lo prueba el hecho de que en la sinagoga, la profundización de las Escrituras se confiaba a los targumìm, es decir, a traducciones/paráfrases de la Biblia hebrea en lengua aramea.

En el libro Questioni di fede (Cuestiones de fe), el cardenal Gianfranco Ravasi recuerda que en los tiempos de Jesús «el hebreo […] era una lengua culta, usada en las discusiones exegético-teológicas y por los grupos elitistas de judíos rigurosos y celosos, como precisamente los de Qumran».

Y de hecho, hojeando los Evangelios, encontramos a menudo a Jesús enseñando en las sinagogas, mientras los propios escribas y doctores de la ley le llaman con el título de rabbí, que significa «maestro».

El cuarto Evangelio recoge el asombro de los judíos, con ocasión de la fiesta de las Tiendas, frente a la cultura religiosa de Jesús: «Los judíos, admirados, decían: ¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?» (Jn 7,15).

Los oyentes se maravillaban del conocimiento teológico de Cristo, a pesar de que nunca hubiera estudiado con un rabino famoso o en una escuela rabínica. Casi seguramente, de hecho, Jesús había asistido sólo a las escuelas de la sinagoga para aprender la lectura de las Escrituras.

Tenía además un cierto conocimiento del griego, difundido entre los judíos y los pueblos vecinos tras las conquistas de Alejandro Magno.

En los tiempos de Jesús, el griego se utilizaba en el Imperio romano como lengua franca, un poco como hoy el inglés. Además, desde cuando Alejandro Magno había conquistado Palestina en el 332 a.C., la lengua griega se había impuesto cada vez más.

A propósito de esto, el cardenal Ravasi, en el libro Chi sei Signore? escribe que «también los judíos, a pesar de la reacción de los Macabeos, enrocados en la tutela de la lengua y de las tradiciones de los padres, se vieron progresivamente obligados a usarlo».

En Jerusalén, era conocido por las clases altas, sobre todo para las transacciones comerciales. Y el pueblo lo usaba sólo cuando tenía que comunicarse con los «gentiles», es decir, con los extranjeros presentes en Tierra Santa.

En la obra Questioni di fede, Ravasi observa también que «es probable, por tanto, que también Jesús usara un poco de griego – la lengua que sería adoptada luego por los Evangelios y por Pablo para una comunicación más universal – cuando tenía contactos con los no judíos, y quizás durante el diálogo procesal con Pilato» (Mateo 27,11-14; Juan 18,33-38).

Como recuerda también Alan Millard en su obra Arqueología y evangelios, «en la actividad cotidiana, los gobernadores romanos hablaban ciertamente en griego «. Y el Evangelio de Mateo narra también el diálogo sin intérprete entre Jesús y un centurión romano (Mateo 8,5-13), que casi seguramente hablaba en griego.

Su conocimiento reducido del griego podía deberse también a los contactos con judíos de la diáspora en visita a Jerusalén. Lo atestigua Jn 12,20 y Hch 6,1-15.

Según observa John P. Meyer en el primer volumen de su obra Un judío marginal, «ni su ocupación de carpintero en Nazaret; ni su itinerario por Galilea, circunscrito a ciudades y pueblos decididamente judíos, habrían requerido agilidad y regularidad del uso del griego. Por ello, no hay razón para pensar que Jesús enseñara regularmente en griego a las muchedumbres que se reunían alrededor suyo».

Es verdad, al mismo tiempo, que su predicación no se limitó a Galilea, a Judea y a Samaría; sino que llegó hasta las regiones limítrofes de Tiro y de Sidón, a través de Fenicia y del territorio de la Decápolis. Todas ellas zonas fuertemente helenizadas.

Y a propósito de esto, viene a la mente el episodio de la curación de la hija de una mujer siro-fenicia, o cananea, poseída por el demonio (Mc 7,26-30).

No hay razón alguna para pensar, en cambio, que supiese latín, la lengua empleada entonces por las fuerzas de ocupación romanas.

En la Palestina del siglo I el latín era la lengua utilizada por los funcionarios y por los oficiales romanos de paso en Cesarea Marítima; y en centros grandes como Jerusalén y Samaria. Y sobre todo la lengua empleada para redactar los documentos oficiales del Imperio romano.

Un reflejo de su difusión se encuentra en el titulus, es decir, en la inscripción en lo alto de la cruz sobre la que fue lavado Jesús y que recogía el motivo de su condena. La inscripción, según refiere Juan, estaba de hecho en hebreo, latín y griego (“Jesús nazareno, Rey de los judíos”). Por tanto, debe excluirse que Jesús conociera el latín.


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