Una tradición navideña que nació en Méjico en el siglo XVI

 Se trata de una herencia de los misioneros que evangelizaron la Nueva España el siglo XVI para celebrar la Novena de Navidad, que en este año va del viernes 16 al sábado 24 de diciembre.

El trabajo de los misioneros

En el Valle de Anáhuac, los aztecas celebraban el nacimiento del dios Huitzilopochtli con una serie de fiestas que iban del 19 de noviembre al 8 de diciembre. Eran fiestas de gran alegría, en las que se obsequiaba en las casas a los invitados con una comida y con figurillas de dioses hechas de masa comestible (tzoally) de amaranto.

Los misioneros –contrario a lo que piensan muchos historiadores—no acabaron con las prácticas rituales de la tradición indígena. Fue parte de la evangelización adaptar algunas fiestas ancestrales o bien sustituirlas por celebraciones propias de la fe cristiana. A esto se le ha llamado inculturación y no hay mejor ejemplo de ella que las posadas.

Las fiestas en honor de Huitzilopochtli terminaban el 8 de diciembre, día en que los aztecas encendían cada 52 años el fuego nuevo, esa luz en la noche oscura que viene a renovar la Tierra y a dar vida. Interpretado por los misioneros, ese fuego nuevo será la venida de Cristo al mundo.

Tradiciones indígenas y fe cristiana

En el libro del historiador francés Robert Ricard, La conquista espiritual de México, queda establecido el «método» de los misioneros para hacer asequible la fe cristiana a los indígenas, mediante la amalgama de sus tradiciones con las fiestas cristianas, lo cual contribuyó a que muchos abrazaran la religión de los conquistadores españoles.


El padre Joaquín Antonio Peñalosa –uno de los intelectuales católicos más importantes de México en el siglo XX—apunta que fue el agustino fray Diego de Soria, prior del convento de San Agustín Acolman, quien obtuvo del papa Sixto V, durante su estancia en Europa en 1587, una bula para celebrar en Nueva España unas misas llamadas de Aguinaldo que se oficiaban del 16 al 24 de diciembre de cada año.

«Con licencia papal, comenzó en Acolman la celebración de estas misas que se oficiaban al aire libre, dentro del atrio espacioso. Resonaban interminables músicas y con coloquios y pastorelas se escenificaban pasajes de la Navidad, seguramente en la capilla abierta, ante el desbordado gozo de los indios», escribió Peñalosa en El Sol de San Luis, reproducido por El Observador.

Estas misas y cultos que recordaban las jornadas de José y María en su camino de Nazaret a Belén donde nacería el Niño, pronto se generalizaron en las iglesias y atrios de Nueva España. De la sustitución de una antigua costumbre pagana por una nueva práctica cristiana, nacieron las posadas.

La costumbre de celebrar estas fiestas en los atrios de las iglesias se fue perdiendo. Pero la población indígena no la perdió y la trasladó a sus casas donde a los actos religiosos añadían bailes y convites entre vecinos. «No fue sino hasta el ocaso del dominio español, en 1808, cuando comenzaron a desarrollarse las posadas con entusiasmo inusitado en casi todas las familias del país».

Variaciones sobre el tiempo

Antaño las posadas con la procesión de los peregrinos, la letanía y las velas de colores, los cantos y las luces de Bengala. También con la tertulia en la sala, los ponches bienolientes, los buñuelos de viento, el rompope, las colaciones y los juguetes de porcelana para obsequiar a los visitantes, la piñata oscilando en las alturas, cerca de las estrellas.

«¿Han muerto las posadas? Van muriendo poco a poco por la «discoteque», por carestía, por merma del sentido religioso, por intromisión de costumbres extranjeras, por olvidar una de las tradiciones más bellas, populares y artísticas de México», subrayó monseñor Peñalosa en su artículo.

Ciertamente, han variado mucho. Pero todavía en los barrios populares y entre las familias existe la tradición. Mientras haya una piñata de siete puntas a la que despanzurrar –porque en su seno hay dulces para los pequeños—habrá esa combinación tan mexicana, tan mestiza, de la fe cristiana y el pasado indígena.

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