Un mártir de la Guerra Cristera perdona a sus asesinos

 En el marco del 135 aniversario del natalicio de Anacleto González Flores, Aleteia recuerda a este beato jalisciense que, con su vida, dio ejemplo de perdón y paz cuando México vivía una época política convulsa.

México tiene una historia tan larga como fascinante. Durante el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles vivió un periodo escalofriante. Oficialmente en el cargo desde 1924 a 1928, aunque mantuvo su influencia a efectos prácticos hasta 1940. Su autoridad duró lo suficiente como para comenzar y supervisar el periodo conocido como Maximato, durante el cual tuvo lugar la Guerra Cristera, uno de los tiempos más oscuros y sangrientos de la historia mexicana.

Calles era un presidente populista, pero a los dos años de su mandato, se volvió en contra de la Iglesia católica de forma brutal. Recurriendo a los artículos anticlericales de la Constitución de 1917, trató de erradicar literalmente el catolicismo en México. La Guerra Cristera dejó por todo México una larga lista de muertos entre sacerdotes, monjas, hermanos y católicos laicos. Muchos de estos defensores de su fe han sido declarados santos y mártires. El beato Anacleto González Flores es uno de ellos.

Anacleto González Flores nació en Tepatitlán, Jalisco, en México, en el 1888. Fue el segundo hijo de un total de doce, con ocho hermanos y tres hermanas. Su padre era tejedor y no sentía aprecio alguno por la Iglesia. En ocasiones hasta impedía a su esposa asistir a misa. Para compensar esta carencia, cada vez que el padre de Anacleto viajaba a Tepatitlán, la madre de Anacleto hacía lo posible para educar a sus hijos sobre la fe. Anacleto, bautizado el día después de su nacimiento, escuchaba con atención y desarrolló una vida de oración. Su fe se estaba convirtiendo en una parte de su ser.

Un sacerdote de la parroquia local reconoció la pericia mental de Anacleto y su creciente amor por su fe, así que le recomendó para el seminario. Anacleto ingresó y sobresalió en sus estudios. Sin embargo, después de un breve periodo, decidió que el sacerdocio no era su vocación y abandonó. Marchó a Guadalajara y empezó a estudiar Derecho. En 1922, con 34 años, se hizo abogado. Se casó con una mujer llamada María Concepción Guerrero y juntos tuvieron dos hijos. 

Anacleto, ahora un hombre fuerte en la fe, asistía a misa diariamente. Comenzó a visitar a prisioneros y a dar catequesis a niños y adultos. Acérrimo defensor de la libertad de credo, fundó la Unión Popular (UP) que organizaba una resistencia pacífica de los católicos contra la creciente persecución que sufría la Iglesia. También fue socio fundador y miembro entusiasta de la Asociación católica de la juventud mexicana y comenzó a publicar una revista de título La Palabra, que criticaba las normas anticlericales dispuestas en las Constitución de 1917.

En 1925 se formó la Liga Nacional para la Defensa de las Libertades Religiosas para unificar a los católicos contra la persecución religiosa que se expandía por México. Esta organización reunía a miembros del Partido Católico Nacional, la Unión de Damas Católicas Mexicanas, los Caballeros de Colón, la Asociación Nacional de Padres, la Confederación Nacional Católica del Trabajo y otros grupos. En su primer año de vida, la Liga creció hasta los 36.000 miembros. Desempeñaría un importante papel en la inminente Guerra Cristera, que duraría de 1926 a 1929. Anacleto Gonzáles Flores se convirtió rápidamente en uno de los líderes de la Liga.

En 1927, ya vigentes y aplicadas de forma obscena y violenta las normas anticlericales del presidente Calles, los militantes de la Liga iniciaron la Guerra Cristera. Anacleto no tomó las armas, pero sí ofreció discursos antigubernamentales, ayudó a recaudar dinero y alimentos y escribió panfletos y propaganda que condenaban el trato brutal del gobierno hacia la población católica. Según citas de las palabras de Anacleto: «El país es una prisión para la Iglesia católica. Nunca nos preocupó defender nuestros intereses materiales, porque estos van y vienen; pero los intereses espirituales, estos sí los defendemos, porque son necesarios para obtener la salvación». No tardó en ganarse un puesto alto en las «listas de vigilados» por el gobierno.

Anacleto comenzó a trabajar de forma discreta y pasaba mucho tiempo ocultándose. Durante la madrugada del 1 de abril de 1927, se encontraba en el hogar de unos amigos, la familia Vargas González. Dos de los hermanos Vargas también estaban allí. Entonces los soldados echaron la puerta abajo y llevaron a rastras a la prisión a Anacleto y los hermanos. Anacleto fue colgado de los pulgares, azotado, apuñalado con heridas no fatales de bayoneta y le desollaron la piel de los pies. El dolor al que le sometieron fue horrendo.

Nunca divulgó ninguna información sobre sus amigos ni sobre su paradero. Aquella misma noche lo sacaron junto a los hermanos Vargas y Luis Padilla Gómez y los fusilaron. Las últimas palabras de Anacleto, valientes y llenas de fe, dedicadas a su verdugo fueron: «Perdono a usted de corazón, muy pronto nos veremos ante el tribunal divino, el mismo juez que me va a juzgar, será su juez, entonces tendrá usted, en mí, un intercesor con Dios».

Anacleto González Flores murió valientemente por su fe. El papa Benedicto XVI lo beatificó el 20 de noviembre de 2005.

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