El Papa
Francisco acaba de beatificar al sacerdote Luigi Lenzini, aseninado en 1.945
por los partisanos comunistas italianos. El fue uno de los 145 sacerdotes
víctimas de las bandas comunistas que al final de la Guerra e, incluso, una vez
concluida ésta, trataron de eliminar a sus oponentes y eso era válido para la
Iglesia y para cualquiera que se enfrentara a su ideología totalitaria. Lenzini
fue especialmente valiente al denunciar en sus homilías ese cariz totalitario
de la ideología comunista y por eso se ensañaron especialmente con él.
Durante esos
convulsos años, los comunistas impusieron su régimen de terror, en esa zona de
la Italia central conocida como el Triángulo Rojo o Triángulo de la Muerte, en
un área en donde la población, mayoritariamente devota católica, era
particularmente reflactaria a las soflamas de los comunistas. Sin embargo,
durante décadas la izquierda y el resto de la sociedad, complaciente, corrieron
un tupido velo sobre ese terrible periodo, en el que el comunismo desencadenó
una auténtica guerra civil en Italia, para tratar de someter a la República
transalpina a los dictados de Stalin. Sólo en los últimos años, se ha empezado
a desvelar la terrible realidad, con la firme oposición del comunismo que, como
acostumbra trata de ocultar su verdadero rostro tras mentiras. Incluso hubo una
película sobre el tema, protagonizada por Romina, que fue duramente atacada y
desprestigiada por la izquierda.
No fue un caso
único, el Partido comunista intentó hacerse con el poder por el único medio que
conoce, la violencia, en otros lugares de la convulsa Europa de la posguerra,
por ejemplo, en Grecia, donde desencadenó una auténtica guerra civil, que costó
miles de muertos y que sólo la determinación del Rey, del gobierno y del pueblo
helenos consiguieron doblegar. Los países del otro lado del Telón de Acero no
tuvieron tanta suerte.
En España,
fracasado el intento del Gobierno del comunista Negrín de prolongar inútilmente
una guerra ya perdida por el Frente Popular, para enlazar con la ya inminente y
previsible Guerra Mundial, el Partido Comunista de España, PCE, una vez
concluida la conflagración mundial, introdujo a través del Pirineo al maquis,
guerrilleros comunistas, en realidad, partidas de bandoleros, para tratar de
levantar al pueblo español contra la Dictadura. En un bandidaje del que poco
trascendió a la población y que habría de durar diez años y costar aún mucho
sufrimiento inútil, finalmente el empeño de la Guardia Civil y la hábil
dirección del Caudillo, logró terminar con aquellos bandidos. Felizmente
España, nuevamente, lograba liberarse del yugo comunista que se le intentó
imponer durante la República y la Guerra Civil.
Comentarios
Publicar un comentario