Frente a la
progresía mundial y las terminales mediáticas, que unánimemente han dado
vencedor y, de hecho, la mayoría de líderes le han felicitado (los españoles,
desde Pablo Iglesias, pasando por Pedro Sánchez, hasta Pablo Casado, que una
vez más, yerra, los primeros, más Quijotes que nadie), lo cierto es que Joe
Biden no es Presidente de Estados Unidos. Y no porque hasta el 20 de enero
próximo no tiene lugar el acto de juramento del cargo, sino porque realmente
aún no tiene los votos.
Confieso que
los procesos electorales, pese a mi afición por la política, siempre me han
aburrido, y en particular los de Estados Unidos. Aunque reconozco que todo lo
que pasa en aquel país nos termina afectando al resto del mundo, pero siempre
me ha parecido complicado su sistema electoral y farragosas todas esas
primarias, caucus… Pero ante lo escandaloso de las últimas elecciones, y no
porque sea pro Trump, que no es un personaje que me resulte particularmente
simpático, o por mi mayor afinidad con la ideología del Partido Republicano, me
he tomado la molestia de informarme, no por los grandes medios, naturalmente
que son casi sin excepción radicalmente anti Trump. Tal vez sea mi tendencia
natural afín a aquellos que se enfrentan al sistema y a lo políticamente
correcto. Lo cierto es que desde que tomó posesión del cargo hace cuatro años,
las campañas anti Trump han sido absolutamente inmisericordes, cuando su
legado, desde luego con sus luces y sombras, como toda obra humana, tiene
numerosos y beneficiosos logros para los americanos.
Para poner un
poco de luz sobre la elección del Presidente, hay que explicar cómo funciona.
Los Padres de la patria determinaron – artículo 2 de su Constitución-, que al
Presidente de la nación no se le elegía de forma directa, sino a través de
delegados -un número determinado por Estado, dependiendo de su población-, que
son quienes realmente elegirán al Presidente. Dicha elección tendrá lugar el 14
de diciembre, pero antes se tienen que resolver todos los recursos que están
presentando Trump y los republicanos, ante el flagrante pucherazo y
manipulación que se ha realizado por parte de los demócratas, aunque tienen que
demostrarlo. De momento, el Estado de Pensilvania, con sus 20 delegados, ha
visto la certificación de los votos suspendida por orden de la Juez federal de
la Corte de Pensilvania, que ha apreciado indicios claros de fraude. Por lo
tanto, ahora mismo, Joe Biden, sin esos 20 delegados que todos daban como
seguros para los demócratas, tendría en total 258 delegados, lejos aún del mínimo
de 270 necesarios para confirmarle como Presidente electo.
Además del
caso de Pensilvania y de otros estados en los que hay planteados recursos por
parte de los republicanos y que aún podrían resolverse en su favor, cabe la
posibilidad de que los delegados elegidos por los demócratas voten a Biden. Los
delegados no están obligados necesariamente a votar al candidato de su partido,
y aunque raro, a veces se ha dado el caso de que algunos delegados han votado
por el partido contrario.
Si ante este
cúmulo de incertidumbres, se concluye en que no se puede resolver la elección
del Presidente, el 14 de diciembre, los redactores de la Constitución previeron
otra fórmula, a través de la Cámara de Representantes. Y en ese organismo, hay
un único delegado por cada uno de los 50 estados de la Unión. En esa Cámara,
hay 26 delegados republicanos frente a 23 de los demócratas. Es decir, que por
esta vía, también Trump resultaría elegido Presidente. ¡Qué disgusto para todos
los corifeos que se apresuraron a felicitar a Biden! En qué papel quedará, por
ejemplo, el Gobierno español si finalmente Trump resultara elegido.
Lo que resulta
sorprendente es que en la elección de Trump en 2016, la clase política y los
medios extendieron la sombra de sospecha en relación con la supuesta trama
rusa, promoviendo incluso el impeachment de Trump. Nada se pudo demostrar. En
cambio, cuando en las presentes elecciones hay dudas más que razonables sobre
un fraude generalizado orquestado por los demócratas, éstos se apresuran a
querer pasar página y proclamarse vencedores, mientras que los medios ni
siquiera se plantean investigar. Como siempre, una doble vara de medir frente a
la derecha.
Hay otra cuestión nada baladí. Durante el recuento de la noche electoral y mientras iba en cabeza Trump, hubo un vacío de 3 horas, durante las cuales no se supo nada y, casualmente, cuando se reinició el recuento la inmensa mayoría de los votos fueron a parar a Biden, en muchos sitios en su totalidad, lo cual es estadísticamente imposible. Resulta cuando menos sospechoso, no?
Y en España,
rizando el rizo, nada menos que la COPE, felicita a Biden por “católico” (en
esto no son los únicos, es generalizado entre los medios españoles, pero
sorprende en la emisora de los obispos), ocultando sus políticas claramente
abortistas, que pretenden revertir las medidas pro vida de Trump. Claro que ya
en su día, la COPE también apoyó a la igualmente abortista Hillary
Clinton. Todo muy coherente.
Insisto,
aunque no simpatizo con el carácter histriónico de Trump, pero reconociendo sus
aciertos y en líneas generales su buena gestión, me alegraría infinito que
resulte vencedor, sólo por ver la perplejidad de la progresía mundial.
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