Nuestras
autoridades, empezando por ese desastre humano que es el Ministro de Sanidad,
Salvador Illa, ya van poniéndonos sobre aviso, poniéndose la venda antes de la
herida, sobre la inminente Navidad y las más que previsibles prohibiciones, en
línea con las que nos llevan imponiendo desde hace meses. Desde luego, lo que
no pueden es prohibirnos a los cristianos la Navidad (bueno, con este Gobierno,
nunca se sabe), otra cosa es la forma de celebrarla. De todas formas, en esa
situación, tal vez sea una buena ocasión para desprendernos de lo superfluo y,
muy especialmente de la parte más consumista y mirar más en nuestro interior,
buscando una celebración auténticamente cristiana.
En cualquier
caso y ante la más que previsible imposición de restricciones para limitar la
celebración de la Navidad, me acuerdo del caso en que el dictador Oliver
Cromwell prohibió la Navidad en Inglaterra, encontrando una fuerte oposición de
la población, que todavía en la época conservaba unas profundas convicciones
cristianas. Hablamos del año del Señor de 1.647, cuando se decretó la
prohibición de la Navidad en los reinos de Inglaterra -que incluía el País de
Gales-, Escocia e Irlanda. La orden la dio el Parlamento, liderado por Oliver
Cromwell, enfrentado en guerra civil al rey Carlos I (que terminaría siendo
decapitado, tras lo cual, se estableció la República por un breve periodo de
tiempo, hasta la Restauración con Carlos II), y que había reemplazado a la
iglesia anglicana por la calvinista presbiteriana de los puritanos liderados por
el dictador.
La Navidad
estaba muy arraigada en Inglaterra donde desde hacía siglos prendió el
catolicismo, y duraban doce días, desde el 25 de diciembre al 5 de enero. Esto
les parecía a los puritanos un auténtico despilfarro, además de “poco espirituales”.
De modo que se decretó que las tiendas estuvieran abiertas todas las fiestas
navideñas, también el propio día de Navidad, y se prohibió la asistencia a
celebraciones religiosas vinculadas a la Navidad, la exhibición de decoraciones
navideñas, las fiestas, los villancicos, el intercambio de regalos y el consumo
de alcohol.
En numerosos
lugares se incumplió la orden: el alcalde de Norwich hizo la vista gorda,
en Canterbury hubo juegos tradicionales, las fiestas se extendieron por todo el
condado de Kent, en Londres se adornaron las calles… Hubo conatos de rebelión
en numerosos lugares, contestados con dureza por los soldados de Cromwell.
Todos estos disturbios degeneraron en la Segunda Guerra Civil, ese mismo año de
1.648.
Confiemos que
en España no se llegue a tanto, pero a los ciudadanos ya nos han exigido tanto,
empezando por una de nuestras celebraciones más sagradas, para los cristianos,
la Semana Santa…
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