Malinche, el musical

 Cómo corregir errores históricos? ¿Cómo devolver la dignidad, el respeto y la admiración que merece una mujer maltratada por la tradición? Nacho Cano, ex integrante de Mecano, lo tuvo claro: con la mejor música, el mejor baile y la inimaginable escenografía de «Malinche».

Este musical nos recuerda cómo Moctezuma, jefe de los aztecas, predijo la llegada del nuevo Dios. Un Dios que traería un cambio de era, un Dios del amor. Resultó que ese Dios embarcado en la nave de Hernán Cortés era un Dios que no quería sacrificios humanos, y que estrenaba palabras como «misericordia».

Por eso, Malinche, junto con otras 19 esclavas y muchos otros después, se abrazaron con ganas, ilusión y esperanza a ese Dios que traían los españoles. Se bautizaron libremente, porque sabían que con ese bautizo abandonarían la esclavitud. Nadie tenía que llevarlas a la fuerza, como tenían que ser llevadas a las piedras del templo mayor de los aztecas para ser sacrificadas.

Malinche fue una niña vendida como esclava y traicionada por su propio pueblo. Con la llegada de los españoles, se enamoró de Hernán Cortés y, de esa relación, nació el primer niño mestizo: Martín. Convirtiéndose así, Malinche, en la madre de una nueva raza, muy bien resumida en una frase del musical: «Soy hijo del mezcal, de la espada y del flamenco, puro americano, mexicano y español».

Nacho Cano, al hablar de estos momentos del musical, dice que en esta lucha, no hay -como es habitual en las guerras- ganadores y vencidos. El resultado de la llegada de los españoles es una nueva raza. Ojalá este fuera el resultado de las contiendas que asolan el mundo en la actualidad. «Sí es traición elegir el amor, seré la reina de la traición», reconoce orgullosa Malinche en el musical.

La Guadalupana en escena

No podía faltar la presencia de la Virgen de Guadalupe en el escenario. El escenario se llena con la imagen que ella misma nos quiso regalar en la ropa del indio Juan Diego. Una imagen con una mano blanca y otra canela en señal de esa unión de los dos pueblos. Es una Virgen que está embarazada y con el dibujo del Nahui Ollin en su ropa, que significaba la llegada de una nueva era. Ella misma quiso acompañar a sus hijos en esa nueva etapa, y por eso pidió, con insistencia, que le construyeran una basílica en el lugar donde había sido erigido anteriormente el templo de la diosa Tonantzin.

Contar todo esto en un musical llevó, a Nacho Cano, más de diez años de trabajo, pero el resultado final es espectacular. Si bien en la primera parte del espectáculo hay algunas escenas de humor que no serán del agrado de todos, no empañan ni deslucen el foco y el fondo del mensaje que Nacho Cano quería transmitir. La escenografía es inimaginable; nunca antes se había conseguido algo similar: templos, selvas, lagos, naves y volcanes conviven en un mismo escenario. El baile, con el sello de Jesús Carmona y Olga Llorente, es un derroche de arte. La forma de llorar de la pequeña Malinche, representada por la actriz Lucía de la Torre, es desgarradora. Las voces de los niños de Jana Producciones en la escena del Bautismo transforman cualquier alma. La música de Nacho Cano es fenomenal.

Todo ello hace que el musical «Malinche» sea una reconciliación con la historia, con una gran mujer que supo mediar entre dos culturas y, sobre todo, una reconciliación con el Dios del amor. Es muy probable que Malinche vuelva pronto a casa, que vuelva a México de la mano de Nacho Cano. Sin lugar a dudas, la Guadalupana la estará esperando.

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