Bienaventurado patriarcado

 La sociedad actual, tan arrogante como irresponsable, ha encontrado el chivo expiatorio a quien culpar de los muchos males habidos y por haber: el violento y opresivo patriarcado. Al parecer, olvida que, la figura del padre ha sido mermada a tal grado que el patriarcado (gobierno del padre) es precisamente una de las carencias que sufre, hoy en día, nuestra sociedad, puesto que, de acuerdo con la Oficina del Censo de los Estados Unidos, 1 de cada 4 niños vive en un hogar sin figura paterna, lo cual, tiene consecuencias devastadoras físicas y mentales.

Entre otras cosas, en los varones produce bajo rendimiento académico y proclividad a la drogadicción, a la violencia, al crimen y al suicidio; y, en las niñas, produce baja autoestima, trastornos alimenticios, ansiedad y depresión, así como miedo al abandono, por lo cual tienden a tener relaciones sentimentales esporádicas y conflictivas. A esto se suma que las familias encabezadas por mujeres tienen una mayor tendencia a sufrir problemas económicos.

Desafortunadamente, la guerra contra el patriarcado que comenzase a partir del siglo XIX ha tenido como consecuencia la disminución de la figura paterna. Pues la difusión de las teorías de Nietzsche Freud promovieron la rebelión contra toda figura de autoridad, en particular la del padre, símbolo de moralidad. Asimismo, el feminismo de la primera ola, con Elizabeth Cady Stanton a la cabeza, impulsó la rebelión contra varias enseñanzas cristianas a fin de acabar con la tradición patriarcal basada en la sujeción de la mujer al varón ordenada por el cielo.


Por si dichas ideas no hubiesen causado suficiente daño, las dos guerras mundiales del siglo XX provocaron la ausencia de innumerables padres y hermanos en muchísimos hogares a los cuales muchos de los que no murieron regresaron con profundas heridas de cuerpo, pero sobre todo de alma. Todo lo anterior pavimentó el camino de la revolución sexual la cual, como revelasen varias feministas en los años sesenta, tuvo como principal objetivo la destrucción de la familia. Para lograrlo, en sus propias palabras, debían destruir el patriarcado, para lo cual era indispensable destruir la monogamia, la cual, a su vez, debía ser destruida a través de la promoción de la promiscuidad, el erotismo, la prostitución, el aborto y la homosexualidad.

A todo esto se suma la fuerte campaña contra la llamada masculinidad toxica que, difundida ampliamente por diversos medios e instituciones, en lugar de favorecer una sana virilidad basada en las virtudes, difunde como único antídoto contra el hombre machista, violento y dominador, al hombre que ha renunciado a su virilidad, su valentía y a su sagrada tarea de ser cabeza de familia. Así, se difunde la figura, habitual en series y películas, del padre bonachón que observa cómo su familia se arruina y con gran entereza mira hacia otro lado: ante las inmorales modas y conductas de la hija, ante los desmanes y desvíos del hijo y ante el menosprecio de la esposa.

La pasividad, la resignación y hasta la complicidad de muchos padres ante el ataque a los principios morales han coadyuvado a que:

  • muchas familias sean destruidas por el divorcio;
  • muchos hijos nazcan fuera del matrimonio debido a la cohabitación, a las relaciones casuales y al adulterio;
  • otros que no han sido evitados por la anticoncepción sean eliminados por el aborto;
  • mujeres “emancipadas y empoderadas” cambien al esposo por relaciones efímeras, utilitarias y no pocas veces denigrantes;
  • innumerables parejas heterosexuales no deseen ni casarse ni tener hijos
  • y parejas homosexuales exijan que su unión sea reconocida como matrimonio con derecho a hijos.

Hombres viles, violentos y opresores siempre ha habido y habrá, pero contra esto, el mejor escudo y protección es el fomento de familias sólidas y bien avenidas en las cuales el padre, al reconocerse sujeto a Dios, ejerce virtuosamente su autoridad a fin de promover el bien de su familia, dar un buen ejemplo a sus hijos y cultivar en ellos la bondad, el honor, la nobleza y la cortesía. La reconstrucción de la sociedad solo será posible si se restaura la familia natural que se apoya y guía en el padre, cabeza de familia y llamado a imitar a Cristo y, en la ternura, instrucción y abnegación de la madre, llamada a ser el corazón y figura de la iglesia. 

Como bien lo señalase León XIII (citado por el Papa Pío XI en Casti Connubii): “El varón es el jefe de la familia y cabeza de la mujer; la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, deberá someterse y obedecer al marido no como esclava, sino como compañera, de modo que jamás estén ausentes de la prestación de esta obediencia ni la honestidad ni la dignidad. Sea el amor divino el perpetuo moderador del deber de cada uno, tanto del que manda cuanto de la que obedece, ya que ambos son imágenes, el uno de Cristo y la otra de la Iglesia”.

Que, siguiendo el ejemplo de las excelsas virtudes del glorioso patriarca de patriarcas, San José, cabeza y pilar de la Sagrada Familia, los varones tengan el arrojo para: 

  • proteger a la mujer de la cosificación a la que muchas veces es reducida; 
  • defender la virtud de la pureza en un mundo que promueve la promiscuidad y hace escarnio de la virtud; 
  • promover el sacramento del matrimonio en un mundo donde las relaciones casuales, la cohabitación y el divorcio se han convertido en norma; 
  • custodiar la inocencia de los más jóvenes en un mundo que busca corromper a los niños desde la más tierna edad;
  • y, en un mundo que promueve la muerte, acoger con confianza y guiar con esmero a los hijos con que Dios los bendiga.

¡Bienaventurado Patriarca San José, sostén y protector de las familias, rogad por nosotros!

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